EL GOBIERNO SE VUELVE A EQUIVOCAR
Por MARGARITA STOLBIZER
Impropia fue la forma elegida por la Presidenta para convocar, el jueves pasado, a los representantes de los productores para concurrir al diálogo.
Solo la generosidad de quienes respondieron al llamado y la enorme expectativa abierta para la ciudadanía toda que siguió con atención el desarrollo de la reunión, lograron disimular ese error genético.
No había sido ni serio ni formal, ni sincero. Y por eso fracasó.
El acto partidario-peronista en Parque Norte, convocado por su marido el ex presidente, fue el ámbito desde el cual la Sra. de Kirchner invitó a concurrir a la Casa de Gobierno, anunciando que sus puertas “están abiertas”.
Es bueno que en la Argentina iluminen las luces y resuenen los bombos de una activa vida partidaria. Que los partidos apoyen sus gobiernos y los nutran de respaldo popular. Pero es malo que sirvan para encubrir los malos pasos o para sostener la soberbia y la prepotencia de los que no se animan en soledad a hacer lo que les permite la inmunidad grupal.
No pudo ser más imprecisa la convocatoria. Ni menos sincera. Si hizo falta el escenario con ese enorme palco en el que entraron todos, es porque se buscaba montar una imagen de fortaleza que envalentonara a los funcionarios del Gobierno frente a una movilización popular que para ese momento, no solo era imparable –extendida ya a todo el territorio nacional, incluidas las grandes urbes- sino extraordinariamente potente por su capacidad de motorizar (o detener) el país.
Se había llegado a ese punto con una serie de errores acumulados, en especial, por la inconsistencia de la medida sancionada el 11 de enero, sin que se hubiera valorado su impacto ni se pudieran justificar sus razones.
Y con las mismas imprecisiones y falacias, se impulsó a la Presidenta en su discurso del día martes pasado a provocar un enfrentamiento clasista ficticio cuando los principales afectados por la decisión habían sido justamente los que menor capacidad de resistencia tienen dentro del sector, los pequeños productores, los peones rurales y también los comerciantes de pequeñas poblaciones del interior que viven a expensas del gasto de supervivencia que aquellos realizan en ese mismo lugar.
Los agravios vertidos en ese discurso solo pueden encontrar su base en el desconocimiento total de quienes escriben la medida detrás de un escritorio sin haberse encontrado nunca de cara a lo que el campo significa para la Argentina, claramente un país agropecuario y que, por ende, debe cuidar como nadie, la base principal de su economía doméstica. Pero fue, sin duda, la voracidad fiscal la que primó frente a la oportunidad abierta por condiciones de las que la Nación no ha gozado en muchísimos años, sin advertir que siempre, el comportamiento del presente, nos condena o nos impulsa a las consecuencias del futuro.
La producción agropecuaria brinda identidad a los argentinos que habitan un territorio tan extenso como diverso. Por eso, el grito de demanda ha provenido de los rincones más alejados y ha encontrado la solidaridad de quienes valoran la tierra en su justa dimensión, no solo porque la trabajen, o la posean, porque de ella obtengan sus frutos directos, o tan solo porque reconocen que no hay posibilidades de dignidad si se rompe el vínculo con ella.
De ahí también la enorme dificultad que afronta el Gobierno para encontrar apoyo en aquellos de su mismo partido que gobiernan comunidades del interior cruzado hoy por la protesta de sus productores. Porque la política del Gobierno afecta profundamente el federalismo, que ellos llevan allí acuñado desde las luchas libertarias.
Debería saber la Presidenta que no es el género su mayor debilidad frente al conflicto, sino el desconocimiento propio o de su equipo frente a lo que corresponde hacer. Y que no necesitaría del acto peronista para plantarse si su decisión fuera justa.
Vuelve ahora el Gobierno a equivocarse. Solo el desconcierto de la sinrazón puede llevarlos a convocar un acto en la Plaza de Mayo para demostrar apoyo “al gobierno nacional y popular”. Ninguno de los demandantes, de los manifestantes, ni siquiera nadie de los más firmes opositores al Gobierno, ha puesto en vilo la autoridad presidencial, su legitimidad electoral, ni la necesidad de darle toda la fortaleza suficiente para una buena gestión.
El acto convocado será una nueva demostración de fuerza y provocación, que esconde la falta de voluntad para reconocer y rectificar las medidas equivocadas. Como si la cantidad de asistentes pudiera demostrar razones. Al contrario, la falta de ellas es la que lo impulsa.
Este Gobierno ha estructurado su poder político en el manejo del dinero, en la disposición centralizada, arbitraria y discrecional de los recursos públicos y por eso no dará marcha atrás en su política de recaudación y acumulación, aunque nada de lo que aportan hoy las provincias y sus pobladores vuelva a ellas para que puedan soñar con que las excelentes condiciones económicas aseguren un desarrollo equitativo y sustentable para todos.
Lo único que se exige al Gobierno es humildad para el diálogo honesto y la discusión abierta de las mejores políticas para los argentinos. Ellos insisten con una respuesta equivocada.
Impropia fue la forma elegida por la Presidenta para convocar, el jueves pasado, a los representantes de los productores para concurrir al diálogo.
Solo la generosidad de quienes respondieron al llamado y la enorme expectativa abierta para la ciudadanía toda que siguió con atención el desarrollo de la reunión, lograron disimular ese error genético.
No había sido ni serio ni formal, ni sincero. Y por eso fracasó.
El acto partidario-peronista en Parque Norte, convocado por su marido el ex presidente, fue el ámbito desde el cual la Sra. de Kirchner invitó a concurrir a la Casa de Gobierno, anunciando que sus puertas “están abiertas”.
Es bueno que en la Argentina iluminen las luces y resuenen los bombos de una activa vida partidaria. Que los partidos apoyen sus gobiernos y los nutran de respaldo popular. Pero es malo que sirvan para encubrir los malos pasos o para sostener la soberbia y la prepotencia de los que no se animan en soledad a hacer lo que les permite la inmunidad grupal.
No pudo ser más imprecisa la convocatoria. Ni menos sincera. Si hizo falta el escenario con ese enorme palco en el que entraron todos, es porque se buscaba montar una imagen de fortaleza que envalentonara a los funcionarios del Gobierno frente a una movilización popular que para ese momento, no solo era imparable –extendida ya a todo el territorio nacional, incluidas las grandes urbes- sino extraordinariamente potente por su capacidad de motorizar (o detener) el país.
Se había llegado a ese punto con una serie de errores acumulados, en especial, por la inconsistencia de la medida sancionada el 11 de enero, sin que se hubiera valorado su impacto ni se pudieran justificar sus razones.
Y con las mismas imprecisiones y falacias, se impulsó a la Presidenta en su discurso del día martes pasado a provocar un enfrentamiento clasista ficticio cuando los principales afectados por la decisión habían sido justamente los que menor capacidad de resistencia tienen dentro del sector, los pequeños productores, los peones rurales y también los comerciantes de pequeñas poblaciones del interior que viven a expensas del gasto de supervivencia que aquellos realizan en ese mismo lugar.
Los agravios vertidos en ese discurso solo pueden encontrar su base en el desconocimiento total de quienes escriben la medida detrás de un escritorio sin haberse encontrado nunca de cara a lo que el campo significa para la Argentina, claramente un país agropecuario y que, por ende, debe cuidar como nadie, la base principal de su economía doméstica. Pero fue, sin duda, la voracidad fiscal la que primó frente a la oportunidad abierta por condiciones de las que la Nación no ha gozado en muchísimos años, sin advertir que siempre, el comportamiento del presente, nos condena o nos impulsa a las consecuencias del futuro.
La producción agropecuaria brinda identidad a los argentinos que habitan un territorio tan extenso como diverso. Por eso, el grito de demanda ha provenido de los rincones más alejados y ha encontrado la solidaridad de quienes valoran la tierra en su justa dimensión, no solo porque la trabajen, o la posean, porque de ella obtengan sus frutos directos, o tan solo porque reconocen que no hay posibilidades de dignidad si se rompe el vínculo con ella.
De ahí también la enorme dificultad que afronta el Gobierno para encontrar apoyo en aquellos de su mismo partido que gobiernan comunidades del interior cruzado hoy por la protesta de sus productores. Porque la política del Gobierno afecta profundamente el federalismo, que ellos llevan allí acuñado desde las luchas libertarias.
Debería saber la Presidenta que no es el género su mayor debilidad frente al conflicto, sino el desconocimiento propio o de su equipo frente a lo que corresponde hacer. Y que no necesitaría del acto peronista para plantarse si su decisión fuera justa.
Vuelve ahora el Gobierno a equivocarse. Solo el desconcierto de la sinrazón puede llevarlos a convocar un acto en la Plaza de Mayo para demostrar apoyo “al gobierno nacional y popular”. Ninguno de los demandantes, de los manifestantes, ni siquiera nadie de los más firmes opositores al Gobierno, ha puesto en vilo la autoridad presidencial, su legitimidad electoral, ni la necesidad de darle toda la fortaleza suficiente para una buena gestión.
El acto convocado será una nueva demostración de fuerza y provocación, que esconde la falta de voluntad para reconocer y rectificar las medidas equivocadas. Como si la cantidad de asistentes pudiera demostrar razones. Al contrario, la falta de ellas es la que lo impulsa.
Este Gobierno ha estructurado su poder político en el manejo del dinero, en la disposición centralizada, arbitraria y discrecional de los recursos públicos y por eso no dará marcha atrás en su política de recaudación y acumulación, aunque nada de lo que aportan hoy las provincias y sus pobladores vuelva a ellas para que puedan soñar con que las excelentes condiciones económicas aseguren un desarrollo equitativo y sustentable para todos.
Lo único que se exige al Gobierno es humildad para el diálogo honesto y la discusión abierta de las mejores políticas para los argentinos. Ellos insisten con una respuesta equivocada.
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