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martes, 3 de julio de 2012

El falso “relato” de la inclusión educativa


Por Marcelo Fraga *

Es el Ministro de Educación de la Nación conjuntamente con el Consejo Federal de Educación, quienes en los últimos días han confesado el fracaso en la implementación de la obligatoriedad de la sala de 5 años (Educación Inicial) que fuera garantizada por la Ley de Educación Nacional.

No lo expresan abiertamente pero la resolución tomada por el CFE según la cual se autoriza a inscribir al nivel primario a quienes no hubieran cumplimentado la sala de 5 años, significa asumir que a 6 años de sancionada la ley de Educación Nacional que garantizaba la obligatoriedad de la sala de 5 el gobierno fue incapaz de asegurar el cumplimiento de las garantías legales sobre la cobertura de la sala de 5 años.

Entiéndase que no pongo en discusión la posibilidad de inscribir a un chico en primer grado aún sin haber accedido a la sala de 5 años. Comparto que el derecho a la educación no puede impedirse a quienes no han tenido la oportunidad de iniciar su educación más tempranamente. Dejo de lado también, que cuanto más temprano es el comienzo de la escolaridad más posibilidades de alcanzar con éxito la terminalidad educativa. Lo que trato de exponer es que la resolución reconoce el incumplimiento de la Ley de Educación Nacional, de las metas prescriptas en la Ley de Financiamiento Educativo, y la falsedad del “relato” de la inclusión educativa.  

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* Marcelo Fraga es Licenciado en Educación (UNQ), Profesor Adjunto (UNQ) y se desempeña como asesor de la Dip Nac. Virginia Linares (GEN) en las comisiones de Educación y de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Diputados de la Nación. 

Otro aspecto de la resolución tomada por el CFE, según parece por unanimidad de todas las jurisdicciones provinciales, es la disposición según la cual se asegura la promoción automática de los alumnos de 1° a 2° grado.

Es posible que ambas resoluciones puedan sustentarse desde la teoría pedagógica, sabido es que los chicos tienen distintos tiempos de aprendizaje y que una buena educación implica respetar los tiempos de aprendizaje y atender a cada chico de manera adecuada según  sus propias características.

Lo cierto es que en las resoluciones del CFE no se menciona, ni se hace referencia a ninguna teoría pedagógica que de sustento a tal resolución, por lo que parece más una definición de carácter político administrativo que una de carácter pedagógico orientada a asegurar a los niños el acceso a los saberes que configuran una educación de calidad

Más allá del debate pedagógico sobre la pertinencia de la resolución, lo cierto es que de esta manera se asume que la escuela es incapaz de garantizar a los chicos los aprendizajes que se consideran adecuados según grado y nivel educativo.

En definitiva el CFE a resuelto declarar la  incapacidad de los gobiernos para dar cumplimiento a lo prescripto por la Ley de Educación Nacional. De este modo reconoce que la empíria contradice el relato de la inclusión educativa.

Pasaron además 7 años de la sanción de la Ley de Financiamiento Educativo entre cuyas metas se propuso garantizar la sala de 5 y la incorporación de las salas de 3 y 4 años. “Incluir en el nivel inicial al CIEN POR CIENTO (100%) de la población de CINCO (5) años de edad, y la incorporación creciente de los niños y niñas de TRES (3) y CUATRO (4) años, priorizando los sectores sociales más desfavorecidos” (Articulo 2, Inciso a) Ley N° 26075)

La ley de Financiamiento educativo fue cumplida parcialmente ya que si bien el gasto educativo como porcentaje del PBI creció, se incumplieron las metas educativas prescriptas en la misma ley y que justificaban el incremento en el gasto educativo. Por eso mismo la Ley de Financiamiento educativo también fracasó al no cumplir las metas que se perseguían con el incremento del gasto.

A partir del año 2009 se implemento la Asignación Universal por hijo, no tan universal por cierto, uno de cuyos efectos promocionados fue el aumento de la matricula escolar, luego pudo saberse que esos datos brindados por el Ministro de Educación de la Nación correspondieron a consultas telefónicas realizadas “al boleo” que incluía instituciones privadas donde difícilmente encontremos muchos niños beneficiarios de la AUH, eran inexactos.

Recientemente los resultados correspondientes al Censo 2011 nos muestran otro signo de la distancia entre la empíria y el relato respecto a la inclusión educativa ya  que luego de 10 años (Censos 2011 -2001) la cobertura educativa correspondiente a los chicos de entre 15 y 17 años solo aumento un 2,2% , lo que arroja que el 18,4% de los chicos de esa edad no asisten a la escuela.

Cierto es que la política desarrollada durante los años del menemismo sigue operando porque la Ley de Educación Nacional sancionada por este gobierno mantiene los sentidos y orientaciones ideológicas de la Ley Federal de Educación

En definitiva la “inclusión educativa” es hoy en día un slogan que forma parte de un “relato” que cada día demuestra ser solo eso, solo un “relato”

Pero supongamos por un momento, a pesar de lo expuesto precedentemente, que la inclusión educativa fuera una realidad, supongamos mediante un ejercicio forzoso de la imaginación que todos los niños de 5 años accedieran a la sala de 5 años, que un porcentaje considerable de ellos pudieron acceder también a la sala de 4 años, y que en cada rincón del país existieran vacantes suficientes en la sala de 3 años para atender a los sectores sociales más desfavorecidos.

Sigamos forzando la imaginación y haciendo caso omiso a los datos expuestos, supongamos por un momento que la deserción es un indicador pasado de moda, que ese 18% de chicos de 15 y 17 años que según el censo 2011 no estudian, ocupan su lugar en la escuela luego de transcurrir todos los años que corresponden de su escolarización.

Es decir supongamos que el falso “relato” de la inclusión educativa, dejo el plano del relato para convertirse en el logro más distintivo del “Proyecto Nacional”

Teniendo en cuenta los supuestos anteriores incorporemos a este panorama la cuestión de la calidad educativa, es decir hasta donde la pretendida inclusión, incluye, o dicho de otro modo si la inclusión pretendida, al realizarse en un contexto de desigualdad en la calidad de los logros educativos no termina representando una nueva exclusión que se pondría en evidencia en el ingreso al mundo del trabajo, a la educación superior, en el acceso y disfrute de la cultura, en el cuidado de la salud, etc.

No nos referimos aquí a la calidad en términos de “mediciones” que realizan organismos internacionales como la OCDE que intentan comparar lo incomparable y cuyo signo distintivo es la evaluación de la calidad educativa desde los parámetros impuestos por el sistema productivo.

Nos referimos a una dimensión de la calidad que se expresa en el sentido común en el convencimiento de una sociedad que la educación que reciben sus hijos tiene la valides necesaria para el desarrollo de sus capacidades cognitivas, sociales, productivas y culturales.

Nos referimos también a otra dimensión de la calidad educativa que se expresa en la desigual distribución de los saberes.

El crecimiento en la matriculación en escuelas privadas es un indicio de la existencia de una percepción social según la cual la escuela pública no garantizaría niveles esperados de calidad o que al menos la privada augura mejores posibilidades de desarrollo para los hijos. Lo que se percibe, es que la calidad educativa no se encuentra igualmente distribuida. Y esto ya no es solo una percepción sino que se constata la existencia de circuitos diferenciados de calidad no solo entre escuela pública y privada sino también y más significativo aún al interior del propio sistema público de educación, y del propio conjunto de instituciones privadas.

Dicho todo esto debiéramos concluir que el “relato” de la inclusión es falso, basta para eso la confesa resolución del CFE. Pero si tal confesión no hubiera existido lo que nos exime de aportar más pruebas, la inclusión educativa como “relato” o realidad sería por demás insuficiente.

Un pensamiento progresista en el campo educativo, o más precisamente la aspiración de la izquierda democrática en términos educativos no puede contentarse con la inclusión.

La inclusión educativa no puede ser el Norte –o el UNA Sur- que oriente nuestro discurso o  las políticas educativas que aspiremos a realizar. Desde la izquierda democrática, desde el progresismo la aspiración genuina y la única que nos debe resultar valida debe ser la igualdad educativa.

La igualdad educativa supone la inclusión pero no se contenta con ella, la igualdad educativa supone una distribución igualitaria de saberes y logros educativos de calidad.

La igualdad educativa supone que cualquiera sea la escuela, cualquiera sea su ubicación –urbano o periférico- o cualquiera sea el tipo de gestión –publica o privada- el Estado garantiza el acceso a los saberes necesarios para desarrollarse en la complejidad del mundo actual.

Aunque no es el propósito de este trabajo trazar el diseño de una política educativa tendiente a la igualdad, permítaseme decir que una política de la igualdad  requiere considerar a los docentes como actores de esa política, dignificando su trabajo y sus saberes, contrariamente a lo que supone el “relato” de la inclusión, que paradójicamente excluye y destrata a los docentes.  



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